El reportaje de 24 fotografías de la escultura de El Ángel Caído de Ricardo Bellver, han sido fotografiadas sobre cada uno de los lados del octógono de su pedestal. Son ocho imágenes tomados con un teleobjetivo. Ocho alzados con un gran angular y los ocho atributos que decoran cada uno de los lados de la peana de la escultura, utilizando un objetivo de 50. Miguel Ángel Buonarroti y Ricardo Bellver solían contemplar sus esculturas desde ocho planos. En este caso el fotógrafo ha realizado las ocho tomas en torno a los 360 grados, con el sol situado a la misma hora.
CONVERSACIONES
CON MI ÁNGEL CAÍDO
Por Pedro Taracena Gil
Durante mucho tiempo, demasiado, me negué a mí
mismo la posibilidad de ser libre. Una voz interior me decía que tú me esclavizarías.
Me harías de los tuyos. Sería como tú y sufriría la misma maldición que el Ser
Supremo sentenció cuando tu enfebrecida soberbia te hizo gritar: NON SERVIAM.
No obstante, tu energía era para mí como el imán
perpetuo de mi vida. Siempre que visitaba aquel bosque, ansiaba por llegar al
centro de la floresta, porque allí estabas tú. Cada día me aproximaba más,
escuchaba los rumores de las otras gentes que rodeaban tu pedestal: ¡Es la
única escultura dedicada al Diablo en el mundo! ¡Y además en un país tan
católico como el nuestro! Apostillaban otros. Representabas el mal, pero no la
fealdad. Tu desnudez se dejaba arropar por una serpiente, que en otras épocas
la hicieron responsable del origen de la gran maldición.
Tú ya ardías en los infiernos y nuestra proximidad
nos hizo jugar con fuego hasta que nos abrasamos… Y desde lo más hondo lanzaste
el dardo envenenado y candente hasta lo más hondo de mi ser. Aquella centella
luminosa hizo reventar las potencias de mi alma: Me abriste los caminos del entendimiento.
Guardé en mi memoria todo el conocimiento humano adquirido. Y el tercer poder
me hizo descubrir la voluntad guiada por mi razón.
En cada visita me mostrabas una parte del camino
que tú ya habías recorrido. Una jornada transcendental para mí fue el día que
me indicaste los enemigos del alma. De mi alma. No tuviste reparo en decirme
que el primero eras tú. El Diablo, es decir el mal. El segundo el Mundo, es
decir la humanidad y el tercero la Carne, es decir la concupiscencia. No fue
fácil para mí comprender la conjugación de estos tres conceptos.
Hubo de pasar mucho tiempo hasta que me hablaste
de otras virtudes que me adentraron en tu misterio. Me recordaste que de niño
me habían hablado de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Yo
asentí con la cabeza, pero no aclaraste mi duda. Me explicaste que las tres
cualidades tenían el mismo sujeto, innombrable para ti. Fe ciega en Dios.
Absoluta confianza y esperanza en alcanzar la Gloria, y la caridad consistía en
amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Pero yo no
podía asumir este razonamiento porque el entendimiento, la memoria y la
voluntad estaban el servicio de la razón, no de la fe. Solamente obtuve la respuesta con tu denso y
prolongado silencio…
Nuestras conversaciones seguían configurándose
como una lección magistral, preñada de contenidos lógicos. Llegó el día en que
me hablaste de otras virtudes, las cardinales. La Prudencia, poseer el medio
entre os extremos. La Justicia, otorgar a cada uno su derecho. Fortaleza,
moderar los miedos y osadías. Por último, la Templanza que ponía freno a la
gula y a los apetitos sensuales. Llegado este momento me hablaste de la
sensualidad como patrimonio de nuestros cinco sentidos. Aunque hablar de la
función de los sentidos suponía una obviedad, no lo era tanto si
profundizábamos en ello. Ver con los ojos. Oír con los oídos. Gustar con la
boca. Oler con las narices y Tocar con las manos. También me hablaste del sexto
sentido que correspondía al mundo de lo esotérico. El esoterismo es algo oculto
y reservado. Que es impenetrable o de difícil acceso para la mente. Una
doctrina de la Antigüedad: Que era transmitida por los filósofos solo a un
reducido número de sus discípulos. Pero la piedra angular de tu disertación fue
sobre el séptimo sentido.
Habíamos hablado de cinco sentidos y tú me
sorprendes con dos más. Te interpelé. Con una mueca de sonrisa cómplice esta
fue tu respuesta: Parte de tu cuerpo ha estado secuestrado en el Limbo de la
clandestinidad. Donde se te ha permitido sentir, pero no consentir. Pero a los
cinco sentidos o seis, si prefieres considerar también el sentido de lo oculto,
es preciso considerar la sexualidad como sentido en el cual intervienen todos
los órganos sensitivos. La Naturaleza ha dotado al Reino Animal de órganos
genitales que garantizan la procreación para la perpetuación de las especies.
Una gran diferencia hay entre los animales racionales y el resto.
El animal racional, continuaste con tu disertación, el Hombre, el género humano, es libre para tener o no tener descendencia. Además, puede realizarse sexualmente sin tener como objetivo final y exclusivo la procreación. No seré yo, el Ángel Caído, quien te dé la noticia de quién fue el responsable de suprimir esta dicotomía. Es decir que la sexualidad sea una parte de la realización del ser humano, prohibida, y la procreación un mandamiento divino: Creced y multiplicaos… Ha sido la tradición de tus ancestros, me apostillaste: Reyes, Profetas, Patriarcas, Apóstoles, Discípulos, Papas, Santos Padres, Obispos y Sacerdotes, los que te han trasmitido el mandamiento no escrito de, NO GOZARÁS. Sin duda tu explicación me dejó atónito…
Aún me tenías reservado, mi ya amigo Ángel Caído, una serie de planteamientos patrimonio de teólogos o gentes avezadas en la mística de los ángeles. Nuestros encuentros se estaban celebrando en los tiempos contemporáneos a mi persona, pero tú me trasladaste al escenario de los eventos, donde tenían lugar la consumación de los tiempos anunciada en las Sagradas Escrituras. La segunda persona de la Santísima Trinidad ya se había hecho Hombre y ya disfrutaba de las dos naturalezas: divina y humana. Para que yo comprendiera mejor esta cuestión teológica, me colocaste desnudo en el interior de tu recinto, donde nadie nos podía ver.
Tu naturaleza, me explicaste, está dotada de las mismas potencialidades que las del mismo Cristo. Es decir, la misma sensualidad y la sexualidad que sientes tú. Ahora amigo terrenal, hemos llegado muy lejos con tus pretensiones de conocer. Te corresponde a ti el turno de responder a esta reflexión: Yahvé, el Dios Padre, creó al hombre a su imagen y semejanza y llegada la consumación de los tiempos, Él se encarnó en su Hijo para seguir siendo Hombre. Con estas premisas: ¿la naturaleza del Hijo sería semejante a la tuya o sería mutilada sexualmente por el Padre?
Me dejó sin habla y tardé muchos días en volver al
interior de aquel, cada vez más frondoso bosque. Aunque se había producido un
cambio. Mi Ángel Caído y yo permanecíamos desnudos disfrutando de la ausencia
del pudor. Entonces, me reveló otro de sus secretos. El verdadero motivo de su
rechazo a tributar adoración de latría al Hijo de Dios, es decir, reverencia,
culto y adoración que solo se debe a Dios, no fue la soberbia la que le causó
el arrojo al Infierno. Pudo más la rebeldía ante el fanatismo impuesto al
margen de la razón. El misterio de la Santísima Trinidad entró en conflicto
teológico con la doble naturaleza del Hijo de Dios. Divina y Humana.
Llegó el momento en que abordáramos, tú y yo, el Decálogo. Moisés recibe la Tablas de la Ley y ante la idolatría del Pueblo de Israel, las estrelló contra una roca. Y aprovechaste la narración de este evento para confesarme que también te negaste a la reconstrucción de algunos de Los Diez Mandamientos. Me explicaste que los tres primeros pertenecen al honor de Dios y los otros siete al provecho del prójimo. El cuarto, honrarás padre y madre. El quinto, no matarás, El sexto, según la versión de la Biblia, es no adulterarás. Relación sexual voluntaria entre una persona casada y otra que no sea su cónyuge. Sin embargo, en la versión del Catecismo del Padre Ripalda (1535-1618), se puede leer, no fornicarás, tener ayuntamiento o cópula carnal fuera del matrimonio. El séptimo, no hurtarás. El Octavo, no levantarás falsos testimonios, ni mentirás. El noveno, no desearás la mujer de tu prójimo y por último el décimo, no desearás las cosas ajenas. Volviendo a las Sagradas Escrituras, el noveno y décimo mandamiento en Deuteronomio, 5-21 dice: No desearás la mujer de tu prójimo, ni desearás su casa, su campo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de cuanto a tu prójimo pertenece. En este momento estamos los dos de acuerdo que la tradición más represora del gozo sexual, ha dado identidad propia a la primara parte del precepto noveno. No desearás la mujer de tu prójimo establece el canon de la prohibición del adulterio, al margen de la interpretación tribal, doméstica y económica Una vez concluidos los enunciados del Decálogo, ahora comprendo el por qué el sexto y nono mandamiento entran en conflicto con el uso y disfrute del cuerpo creado por Dios.
Según transcurría el tiempo ansiaba cada día más,
gozar de tu presencia y contagiarme de tu libre albedrío. Deseaba ser otro
Ángel Caído. Quizás me quedaba mucho camino por recorrer. En nuestros
encuentros, siempre, dabas pie para comenzar alguna nueva disciplina que me
llenara de gozo y de placer. Tengo que confesarte que siempre me has seducido.
Aunque pertenecíamos a reinos diferentes, compartíamos lazos que ensamblaban
nuestros sentimientos, emociones y sensaciones… Con frecuencia me decías que
nos quedaba mucho camino por recorrer en nuestra hoja de ruta. Y yo tampoco te
preguntaba cuánto me quedaba para llegar… Un día te insistí que me hablaras del
amor. Del amor humano, libre y al margen del género masculino y femenino. ¡Qué
ingenuo fui! Un Ángel proscrito como tú, qué ibas a saber…
Craso error. Ignorancia crasa. Recuerdo la
separación que me hiciste entre el amor-Cáritas y el amor-Eros. La caridad
tiene que ver con la limosna, la misericordia, la entrega, el sacrificio y la
hermandad. Pero el amor es compartir la sensualidad y la sexualidad. Es gozar
con la unión de los cuerpos provocando placer, en igualdad de condiciones. Es
respeto, libertad, igualdad y complicidad. Te pregunté cuál era la
interpretación simbólica de tu desnudez y cuál era el papel desempeñado por la
serpiente que circunvala tu hermoso cuerpo. Y me recitaste el versículo 25 del
capítulo 2 del Génesis: Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, Adán y
Eva, sin avergonzare de ello.
Tenías verdaderos deseos de hablarme de los
pecados que me acompañarían contigo al Infierno. Que yo recordaba desde mi
tierna infancia. Sentía ansias de conocer tu versión del pecado, sobre todo del
pecado mortal. Me hiciste recordar al pie de la letra la letanía de los siete
pecados capitales, que aún recordaba desde niño. En la Biblia el número 7 aun
siendo primo es divisible y múltiplo de todo, aunque no lo prescriba la
aritmética más simple. Sin duda tu sabiduría angelical quitó hierro al asunto.
Cuando es el hombre quien utiliza la razón, los pecados por graves que
aparezcan, pueden ser atenuados por el conocimiento humano. Y quizás hasta
cambiar de signo.
Contra Soberbia Humildad. Contra Avaricia
Largueza. Contra Lujuria Castidad. Contra Ira Paciencia. Contra Gula Templanza.
Contra Envidio Caridad y contra Pereza Diligencia. Una vez recitada la relación
como si de una salmodia se tratara, me tomaste por el hombro y paseamos no muy
lejos de tu sitial. Antes de que me preguntaras, yo te expliqué cuáles eran los
que yo había asumido como de mayor gravedad. Sin duda te avancé que la Lujuria.
La lujuria, junto con el sexto y nono mandamiento
era la senda de la perdición de mi alma. Tú asentiste como lógico que entonara
el mea culpa mea culpa mea máxima culpa, por mis pecados contra la castidad.
Pero me transmitiste sosiego al contemplar que el tema de la sensualidad y
sexualidad habían sido ya resueltos entre nosotros. Dentro de un humanismo
racional. Los seis pecados restantes tomaban parte de las emociones,
sensaciones y sentimientos lógicos de vivir en comunidad. Disciplinas que se
encuadraban en el campo de la sociología, psicología y la pedagogía, donde
ninguna deidad se podía inmiscuir en el comportamiento de los humanos,
regulados por las leyes civiles.
Nuestra conversación había quedado interrumpida hasta pasadas varias noches de luna llena. Para nuestro siguiente encuentro fui transportado junto a mi Ángel Caído, al pie mismo del árbol de la ciencia del bien y del mal. Allí donde Eva comió de la fruta prohibida y dio de comer a su compañero Adán. En aquella luminosa noche, al pie del árbol, estábamos los dos, uno frente al otro. Tú, mi Ángel Caído y yo. Después de un largo, placentero y tibio silencio, me atreví no sin temor a preguntarte: ¿Por qué te dejas abrazar por la serpiente? Y tú me tomaste de las manos y exclamaste: La serpiente es nuestro pudor, míranos, nosotros seguimos desnudos.
RICARDO BELLVER, escultor español (Madrid 1845-1924), uno de los más importantes de la segunda mitad del siglo XIX. En 1861 expuso El cacique Tucapel, obra que revela la extraordinaria precocidad de su autor. Estudió en la Academia de San Fernando. Modeló tres bustos, entre ellos el de Goya; en 1862 obtuvo la pensión de Roma con una estatua de David; desde esta misma ciudad mandó un busto del Gran Capitán, un relieve con el entierro de Santa Inés y modeló su primera obra, El Ángel Caído (1878), desnudo de crispación berniniana, en el que se aprecian asimismo influencia de Miguel Ángel, que se colocó en los jardines del Retiro de Madrid, después de alcanzar primera medalla en la exposición de 1881. Durante otra estancia en Roma, modeló la estatua del navegante Juan Sebastián Elcano en Guetaria. Otras obras de su cincel: Estatuas de mármol de los santos Andrés, Pedro, Pablo y Bartolomé (San Francisco El Grande de Madrid); Virgen del Rosario (San José Madrid) y el mausoleo del arzobispo de Sevilla Luis de Lastra y Cuesta.
EL CUENTO
TEOLÓGICO DEL ÁNGEL CAÍDO
Cuéntamelo otra vez, me solía decir mi hijo cuando
cruzábamos El Retiro, al contemplar la escultura de Bellver, El Ángel Caído.
Para él este cuento le provocaba cierta expectación. Y una vez más, paseando
por el parque, le narraba la historieta, que como todos los cuentos comenzaba
por aquello de:
Érase una vez que, en un cielo muy lejano, vivía
un Dios que había creado el mundo en siete días y que durante la última jornada
descansó. También había creado a los ángeles. Estas criaturas eran espíritus
que estaban al servicio de Dios. Eran puros y muy inteligentes. El más bello de
toda la corte celestial, era Luz Bell o Lucifer, es decir Luz Bella. Este
creador del universo, integraba a su vez a tres personas, siendo también Dios,
cada una de ellas. El Padre, el Hijo y el Espíritu Divino.
Pasado algún tiempo, Dios llamó a su presencia a
Lucifer y le dijo: Cuando llegue la consumación de los tiempos, la segunda
persona de mi divinidad, se hará hombre y sin abandonar la condición de Dios,
será un hombre verdadero y vivirá como un ser humano. A este Hombre Dios,
también, le tendrás que adorar y prestarle tus servicios. Aquel ángel, la
criatura más bella de la creación, no podía soportar doblegarse a la voluntad
de un hombre y en un acto de rebeldía, exclamó: ¡Non serviam! ¡Yo no le
serviré!
Entonces Dios le expulsó del cielo, donde habitaba
con los otros ángeles, arcángeles, querubines y serafines. Que así se llamaban
los diferentes ejércitos celestiales. Con él fueron condenados todos aquellos
espíritus angélicos rebeldes. Desde entonces, Lucifer se convirtió en el Diablo
y todos los demonios arden junto con él en los infiernos.
Hasta aquí el cuento que fascinaba a mi hijo. No
preguntaba más. No le interesaba la nueva función encomendada al Diablo. Y
tampoco se preguntaba sobre lo justo o injusto de la condena. Como cuento
mitológico es muy válido para un niño. Donde el Dios todopoderoso es implacable
con los rebeldes. Un mito integrado en la cultura judeo-cristiana y en una
sociedad encorsetada en su pasado nacional católico. No obstante, parece
paradójico, que, en el mismo corazón del parque más famoso de Madrid, se haya
erigido una escultura que los peores intencionados les gusta hablar del
monumento al mismo Diablo.
Puede resultar irreverente y sobre todo poco respetuoso con la tradición, que representa al Demonio como un ser detestable, con cuernos, rabo y un tridente como arma para tentar al mundo. Bellver creó la imagen del Diablo como un joven bello, con unas alas que expresan su libertad. Una serpiente acaricia sus piernas, dentro de una simbología de complicidad, más que de seducción. Pero sobre todo la expresión de su rostro no podía exhalar otro grito que el de, “non serviam”. Esta nueva imagen del Ángel Caído, convierte a esta estatua en el símbolo de la rebeldía, de la insumisión, de la adolescencia, en una palabra, de la libertad. Nadie somete a nadie. Nadie libera a nadie. El ser humano es libre. Se terminó el servilismo, aunque detrás esté Dios, que prometa el premio o amenace con el castigo. Es evidente que estas reflexiones subjetivas, harían gritar a no pocos teólogos y dogmáticos y a cualquier autoridad mitrada. El Ángel Caído del Parque del Buen Retiro de Madrid, es un desagravio a las víctimas de la tiranía. Lejos de ser un monumento al Mal, es un homenaje a la liberación del hombre. Esta particular y apócrifa moraleja, laica y pagana, tendré que contársela a mi hijo cuando la vida le ofrezca la oportunidad de gritar: ¡Non serviam!
EL OCTÓGONO
DIABÓLICO
En una de mis visitas al Museo de La Academia de
Florencia, una guía con marcada sensibilidad platónica, a la hora de contemplar
los Cautivos y el David de Miguel Ángel, me sorprendió cuando explicaba que
Buonarroti contemplaba sus esculturas, desde ocho planos diferentes. Como
fotógrafo no acababa de encontrar esta lógica en el universo fotográfico. Tanto
elucubré que me salí por la tangente, y pensé que el gran maestro, para llevar
la contraria a la Iglesia, desechaba el número siete bíblico por el ocho
renacentista. Hoy he tenido la oportunidad de hacer un ensayo de esta presunta
teoría de Miguel Ángel. En uno de mis paseos por El Buen Retiro de Madrid,
visité como no podía faltar, la plaza donde se erige de Ricardo Bellver, El
Ángel Caído. Por primera vez me di cuenta que la peana que sustenta al diablo,
era octogonal. Geométricamente una pirámide truncada. Y en su base, cada una de
las ocho caras disponía de una máscara con los atributos de Lucifer. Ocho
caretas diferentes, con serpientes lagartos y seres repugnantes. Tomando el
perímetro del monumento como una circunferencia, siempre equidistante al eje
del pedestal de la estatua, y situado enfrente de esos rostros monstruosos,
enfoqué un plano angular del demonio, marcando virtualmente ocho radios
iguales.
De esta forma conseguí ocho vistas de esta imagen.
Con el sol situado a la misma hora, el resultado fue de ocho enfoques que nos
daba una idea completa a 360º. Seguidamente realicé otras ocho tomas desde las
mismas posiciones, pero esta vez con un teleobjetivo de aproximación. De forma
que el ángel saliera con su rostro y parte de su cuerpo en un primer plano. Con
estas ocho fotos he obtenido ocho ángulos de visión contemplando todo el poder
asimétrico que tiene la reproducción diabólica. No conforme con estas dos
vueltas, llevé a cabo una tercera enfocando, uno por uno los rostros que me
habían servido de punto de referencia en las tomas anteriores. Esto me permitió
examinar la riqueza de matices que tienen los ocho seres horrendos, que nunca
yo había mirado cara a cara.
Esta experiencia es una oportunidad para descubrir
la utilización del número ocho por dos escultores separados por casi cuatro
siglos. ¿Casualidad? ¿Recurso arquitectónico? ¿Solución escultórica? ¿Dominio
de la estética? ¿Libertad creativa? No lo sé, seguiremos indagando. No
obstante, mi iniciativa personal reclama una novena opción. Es una fantasía,
ilusión u osadía, pero sueño encontrar en ese lugar, en la plaza del Ángel
Caído, un camión grúa que desafiando cualquier norma de seguridad y del
Ayuntamiento de Madrid, me alojara en su cubil y pudiera hacer tomas por encima
del cabello al viento del rey de los infiernos. Me sentiría como el mismo Dios.
Viviría una experiencia que rebasaría la satisfacción del fotógrafo; Mirándome
a los ojos, manteniéndome la mirada como si de Dios verdadero se tratara, y
todavía me seguiría gritando aquello de: ¡NON SERVIAM!

CUATRO
VERSIONES DEL POWER POINT SOBRE
EL ÁNGEL
CAÍDO
1 Salmodia “Dies Irae”
2 Cuarteto de Joseph Haydn
3 Rito Carolingio Siglo X
4 Rito Carolingio Siglo X bis
REFLEXIÓN
SOBRE LOS ÁNGELES
Este soberbio conjunto escultórico, me permite
refrescar la memoria sobre la teología de los ángeles. Me hace recordar cómo
Serafines, Querubines y Tronos, constituían el primer coro de espíritus al
servicio de Dios, aunque con escasa relevancia en el conocimiento popular. De
igual forma, Dominaciones, Virtudes y Potestades, segunda jerarquía de la corte
celestial, no han arraigado en la plástica de los artistas. En otro orden
angelical, si bien los Principados, tampoco, le suenan al común de los
mortales, los arcángeles: Rafael, medicina de Dios. Miguel quién como Dios y
Gabriel, varón de Dios, sí tenemos una imagen clara de su cometido y de sus
hazañas. Y por último recordemos a los silenciosos y anónimos, Ángeles de la
Guarda. Los pintores y escultores, han representado a estos personajes,
acreedores de todos los epítetos que con mucha razón el vulgo de todas las
épocas, califica de: rollizos como lechones y ceporros con michelines. Pero
ahondando más sobre estas criaturas celestiales, no podemos olvidar al más
bello de todos los ángeles, llamado Lucifer o Luz Bella. Cuando Dios le
profetizó que, llegada la consumación de los tiempos, la segunda persona de la
Santísima Trinidad, el Hijo, se encarnaría en una mujer y debería servirle como
Dios. Lucifer, se miró en el espejo de su soberbia y respondió: ¡Non serviam!
¡No le serviré! Desde este instante fue arrojado a los infiernos y desde entonces
se le llama Demonio o Diablo. Lejos de aquellos angelitos de morritos
sonrosados, la iconografía angelical nos ha dejado una representación del Ángel
Caído, que lejos de considerarla como cursilería repugnante, supone una
magnífica escultura de Ricardo Bellver, ubicada en el Parque del Buen Retiro de
Madrid, única en el mundo. Esta escultura es un alarde de belleza y simbología.
Si bien las esculturas dedicadas al arcángel San Miguel, asumen el papel de
caballeroso y militar, defensor del orden constituido, la obra de Bellver, es
un símbolo de rebeldía, de discrepancia, de libertad, de lucha, de resistencia
al sometimiento irracional. Nunca podré contemplar esta escultura con
objetividad porque es la ruptura con la docilidad manipulada de la Religión. En
este caso, el monstruo, no es la figura angelical, que representa la libertad,
el monstruo es la serpiente que le intenta subyugar. El Ángel Caído, es el
personaje alegórico de la adolescencia, de la eterna lucha, de la permanente
rebeldía, de la razonada discrepancia y de la transgresión de los complejos y
prejuicios en busca de la libertad. Tampoco deseo alejar de mí la idea de
reflexionar sobre la serpiente engarzada entre sus extremidades inferiores,
atrapando sus órganos genitales. Símbolo de la concupiscencia, bien natural del
ángel como atributo masculino. En la moral católica, el deseo de bienes
terrenales y, en especial, el apetito desordenado de placeres deshonestos, es
un valor negativo. No obstante, en el conjunto escultórico de Bellver, el semblante
de la serpiente muestra su complicidad para el logro de la libertad del ser
humano, y así consumar el derecho inalienable a su realización sexual. La
serpiente abraza amorosamente ese cuerpo angelical.
Reportaje fotográfico sobre EL ÁNGEL CAÍDO: Pedro
Taracena Gil
Símbolos de
la libertad
En la Biblia, es decir en las Sagradas Escrituras, no se narra literalmente la historia del Ángel Caído. No obstante, una deducción teológica de la Iglesia, así como la tradición desde los primeros Santos Padres, la rebelión de Luzbel o Lucifer contra Dios, ha quedado definida en una doctrina llena de verosimilitud. Esta historia se la he contado a mi hijo en forma de cuento, desde que era muy pequeño. No es nada normal que un padre del siglo XX trate este tipo de temas con su hijo. Pero todo sucedió cuando él mismo era testigo de la infinidad de veces que su padre era capaz de fotografiar la escultura del Ángel Caído del escultor Ricardo Bellver, situada en el madrileño parque del Buen Retiro. Sus interrogantes me hicieron recordar que:
“Erase una
vez que Dios, uno y trino, es decir que, siendo un solo Dios, tenía tres
personas distintas y cada una de ellas seguían siendo Dios. El Dios Padre, el
Dios Hijo y del amor de ambos engendraba el Dios Espíritu Santo. Pues este ser infinito, creó el mundo en seis
días y después se tomó un descanso.
Estas cosas de los dioses no son fáciles de
entender a los humanos, pero sigamos con el cuento. Al mismo tiempo, también creó
a los ángeles. Eran espíritus puros y muy inteligentes que estaban al servicio
de Dios. Formaban tres ejércitos celestiales jerarquizados y subdivididos en
tres coros. La primera jerarquía: Serafines, Querubines y Tronos; la segunda,
Dominaciones, Virtudes y Potestades; la tercera, Principados, Arcángeles y
Ángeles A cada categoría le estaba encomendada una misión. Llegado el momento,
Dios llamó a su presencia a Luzbel, el más bello e inteligente de los ángeles.
Entonces, Dios le dijo: En la consumación de los tiempos, Nos, la Santísima
Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Divino), Hemos decidido que el Hijo se encarne
en una mujer cuando el espíritu la cubra con su sombra y sin dejar de ser Dios,
será verdadero hombre. El Hombre Dios. Y
como tal, tú y toda la Corte Celestial deberá servirle y adorarle. Entonces,
Luzbel, el más bello de todos los espíritus angélicos creados por Dios, se
reveló contra Dios y en un acto de soberbia exclamó: ¡Non serviam! Según los
teólogos, los ángeles hablaban en latín y en español quiere decir, no le
serviré.
Junto a Luzbel parte de las divisiones celestiales
tomaron como líder al ángel rebelde. La contestación fue contundente: Como
Justicia Suprema, respondió Dios: Considero a Luzbel y a sus seguidores como
enemigos de Dios y arderán eternamente en las llamas del infierno. Desde
entonces inducen a los hombres a la rebeldía y la desobediencia. A Eva, la
primera mujer tentada por el ángel rebelde o Ángel Caído, en el Paraíso
Terrenal, se le presentó bajo la figura de una serpiente. A Luzbel se le conocería en adelante bajo
varias denominaciones: Lucifer, Demonio, Diablo, Maligno, entre otros
apelativos despectivos. Desde entonces aquí está El Ángel Caído, libre y feliz
de haber decidido su destino. Cuentan los viejos libros de la Cuesta de Moyano,
que cuando hay luna llena, ilumina su figura en recuerdo de su primitivo
nombre, Luz Bella”.
Hasta aquí el cuento que mi hijo me pedía que se
lo contara una y otra vez. Quizás le llamaba la atención la expresión de
belleza que presentaba, en comparación con las imágenes del diablo más al uso.
Orejas, cuernos, rabo, uñas de rapiña y sobre todo alas en forma de vampiro o
murciélago. Más que un ángel, era una bestia alada. No obstante, como todos los
cuentos han de tener su moraleja, la interpretación que yo hice ante mi hijo de
esta historia, fue un tanto herética y falta de todo rigor teológico.
El Ángel Caído, no es condenado por soberbio, sino por rebelde. Es el símbolo de la adolescencia y de la juventud. Cuando el niño va descubriendo el mundo, se rebela contra él y hace de su vida el estandarte de la libertad. Es verdad que esta moraleja, sin la complicidad de la escultura de Bellver, habría sido imposible. Este joven alado, me hace volar con la imaginación a otro joven desnudo también, pero con una honda entre sus manos. Me evoca la colosal escultura del David de Miguel Ángel Buonarrotti, representado como un niño, en lugar del longevo rey de los salmos. Esculpido sobre una pieza de mármol de Carrara se trata de “un adolescente victorioso sobre la tiranía y la fuerza del opresor”. En este caso, Goliat.
El Ángel Caído, no es condenado por soberbio, sino por rebelde. Es el símbolo de la adolescencia y de la juventud. Cuando el niño va descubriendo el mundo, se rebela contra él y hace de su vida el estandarte de la libertad. Es verdad que esta moraleja, sin la complicidad de la escultura de Bellver, habría sido imposible. Este joven alado, me hace volar con la imaginación a otro joven desnudo también, pero con una honda entre sus manos. Me evoca la colosal escultura del David de Miguel Ángel Buonarrotti, representado como un niño, en lugar del longevo rey de los salmos. Esculpido sobre una pieza de mármol de Carrara se trata de “un adolescente victorioso sobre la tiranía y la fuerza del opresor”. En este caso, Goliat.
Impecable tu artículo, Pedro.
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