sábado, 15 de enero de 2022

EL RAMO DE FLORES




“Epitafio para un amante”

Pedro Taracena Gil

En la comarca de La Campiña, tuvo lugar una historia que muchos conocieron, pero pocos recuerdan. Es la historia de Bernarda, una joven que vivía en un pueblo no muy lejos de la capital de la provincia, en cuya ciudad habitaban sus tíos, únicos familiares que tenía. Era una chica de cultura primitiva y de belleza pueblerina. Corrían los años treinta, y se enamoró de un joven cuatro años mayor que ella. Se diría que el amor que se tenían, les aislaba del resto de los mortales. Su pasión era igual de primitiva que su origen social y cultural. Pero su amor era tan sublime y tan carnal a la vez que en aquellos años rompieron los paradigmas de sus contemporáneos; superando todos los prejuicios tradicionales.

Bernarda y Juan, se unieron en matrimonio, en una ceremonia civil en el ayuntamiento del pueblo. Vivían una vida idílica dentro del marco obrero y campesino, donde se desarrollaba su actividad. Ella de criada de servir, él de obrero en una finca del pueblo. A los pocos meses de casarse, Juan lleno de orgullo, inscribe en el ayuntamiento de su pueblo, a su hijo Luis, fruto de su matrimonio. Habían conseguido gozar de la unión de sus vidas y de las mieles de su amor. No envidiaban a nadie. Su vida era vivir el amor día a día, noche tras noche. Ambos creían gozar por adelantado del cielo, del cual oían hablar a sus mayores y a los curas de la época. Porque si a la gloria van los buenos para gozar. Ellos estaban ya en camino.

 En aquellos años, llegó al pueblo la noticia de que la guerra había estallado y que en la provincia, se estaba reclutando a los mozos reservistas del servicio militar. Juan se encontraba librándose de él, por ser huérfano de padre y tener hermanos menores de edad. A los pocos días, recibe la orden de alistarse, por la fuerza, al bando que ocupa su provincia. Ni Juan ni Bernarda, entenderían nada de lo que pasaba a su alrededor. Planearon irse los tres juntos. No se pueden separar y menos ahora. La guerra les desborda y no cabe en su nube de amor semejante atropello. Evidentemente, las culatas de los fusiles de los reclutadores, se encargan de evitar el atrevimiento de ir a la guerra con una mujer y un niño recién nacido. En retaguardia, cuidarán de ellos, le aseguran.

 Cuando el tren partió, allí se hacía pedazos, el corazón de ambos y sobre todo el proyecto de vida que con tanto cariño habían anidado. Juan no sabía cuál era mayor sufrimiento, sí la ausencia de su esposa o el participar a la fuerza en aquella guerra fratricida. Bernarda era una mujer perdida, inmolada en el empeño de cuidar a su hijo; haciendo de madre y de padre, cuya ausencia le desesperaba cada día más. Para ambos no había consuelo, no entendían para qué una guerra y menos comprendían lo que se conseguía con ella.

 Los días y los meses pasaban y de aquellos jóvenes reservistas, nada se sabía. Se bombardeó la capital. Sobre todo, el barrio humilde de la estación. Y en represalia, mataron a los detenidos del bando contrario, en la cárcel provincial. Después de una espera interminable, Bernarda recibe la primera carta, enviada desde el frente:

 Mi querida mujer:

 Desde el mismo momento que perdí de vista la torre de la iglesia, sabía que salía del cielo y que, aquel tren, me conducía al infierno.

 Amor mío, no puedo escribirte todo lo que estoy pensando. Ya sabes que mi escritura no es muy buena. Las cosas de esta guerra no nos importan, ni a ti ni a mí. Te tengo presente todas las horas del día y de la noche. Me acuerdo mucho, también del chaval, ¡Pobre criatura sin su padre!.

 Esto es el infierno. Es todo lo contrario del cielo, en el cual vivíamos los dos. Ni que decir tiene que te revivo a mi lado. Gozo de tu recuerdo. Cualquier rama, planta o flor del campo me traen recuerdos tuyos. De nuestros revolcones con olor a tomillo y cantueso, de nuestros largos besos y nuestros interminables abrazos. La otra noche soñé que te tiraba al río y te sacaba del agua en volandas. Luego te secaba a lengüetadas como los perros secan a sus crías.

 Hablando en serio, te quiero, te deseo. Odio la guerra que me separa de ti. Tendrás celos del fusil porque me obligan a sobarle más que a ti, mi mujer. La chica más hermosa que hay en todos los pueblos de la comarca. Te escribiría cosas más verdes, pero no quiero porque algún día, alguien, pudiera leerlas y estas cosas son sólo tuyas y mías. Mi cielo.

 Tengo que terminar porque el correo se lo bajan al pueblo y es posible que pronto caigamos en manos de los otros y será más difícil que te envíe cartas.

 Un beso muy fuerte y un pellizco en el mofletillo al niño. Tu marido que lo es

 Juan

 Esta carta se convertiría en el único testamento que le dejó aquel hombre que  perdió de vista entre lágrimas, en aquel tren, camino hacia el infierno. No habían pasado muchos meses, cuando un lacónico mensaje llegó al pueblo con la noticia de que su marido Juan, había muerto. No le dieron más información. A Bernarda tampoco le consolaba saber más detalles de la desaparición de su marido. Su vida había quedado truncada como la suya. Más tarde, supo que Juan había sido cogido prisionero y condenado a muerte en juicio sumarísimo. Y que cuando se encontraba en capilla, un sacerdote, le invitó a confesarse para morir cristianamente. Entonces, Juan, le respondió que no tenía de qué acusarse y que el amor de su mujer, de su Mari, como él la llamaba, le había hecho alcanzar ya el cielo. Como consecuencia de esta negativa, fue enterrado en el cementerio civil. Esta versión de los últimos momentos del condenado, se contradecía con otra venida con posterioridad, que mantenía la tesis de que, quizá, no era él, el fusilado. Y lejos de estar muerto, habría llegado a la frontera francesa, para más tarde, tomar parte de la diáspora del exilio.

 Estas aclaraciones de la desaparición de su marido, no mermaron el desgarro de Bernarda. Nunca se supo si en su intimidad, acarició la esperanza de volver a ver a Juan. Jamás podía pensar que la vida le tratara con tanta crueldad. Su hijo Luis, no llenaba el vacío dejado por su amante. Los dos amores de su vida los tenía muy claros y su primitiva forma de verlos, casi animal, no le hacían albergar ninguna duda. Ya nunca podría hacer el amor con el hombre que ansiaba y sin embargo el amor de su hijo, sí le servía para recordarle que éste era el fruto de aquella pasión. Pero su vida sin Juan ya no era vida... Tan pronto como pudo, visitó la fosa común donde le contaron que yacía su marido. Esta cita con su finado amor se iba a repetir muchas veces a lo largo de su vida. En no pocas ocasiones, acompañada de su hijo Luis.

 Nada más terminar la guerra, los victoriosos, le hicieron pagar las consecuencias de ser la mujer de un hombre que, el azar le llevó al bando de los perdedores, de los vencidos. Bernarda fue víctima, como otras muchas mujeres, de diversas vejaciones. Las purgas con aceite de ricino y el corte del pelo al cero. Pasaron algunos años y Bernarda se abría camino para nutrir a su hijo. Los años del hambre le obligaron trabajar más y más, en las casas y en el campo. Al pueblo donde vivía Bernarda, vino un hombre joven, mayor que ella, a trabajar a una cuadra de ganado vacuno. Este hombre venía del Norte y su semblante era de una persona, buena y apacible. En términos populares, un pobre hombre...

Las circunstancias que rodearon la situación de Bernarda, llevaron a sus familiares de la capital, a convencerla para contraer segundas nupcias con Félix, que así es como se llamaba el recién llegado. Bernarda aceptó ese matrimonio, con el convencimiento de que el amor de su vida jamás volvería. Su predisposición para entregarse a otro hombre que no fuera Juan, era nula. Se celebraría el matrimonio, cohabitaría con otro hombre pero su cuerpo ya no vibraría con aquel amor carnal y salvaje. Bernarda y Juan estuvieron predestinados a vivir un amor sensual y sexual irrepetible. La unión con Félix en matrimonio canónico, era un apaño, como se comentaba en el pueblo. Tampoco le aceptaba para darle un padre a su hijo. Ya se encargó de transmitir a su hijo, que aquel hombre, ni era su padre, ni era su padrastro. Aquel hombre, recordaba el papel putativo de San José. Como prueba de ello, Luis siempre llamó a su padrastro por su nombre: ¡Oye, tú, Félix!. Este era el trato que el hijo de Bernarda, le dispensaba.

 De esta forma, Bernarda y Luis, comenzaban una nueva vida al lado de un hombre que aceptó todo a cambio de nada. Félix, trabajaba y trabajaba. Luis desde una temprana edad, comenzó su actividad en el campo. Las relaciones entre ambos fueron tensas y Bernarda siempre tomaba partido por Luis. Era el recuerdo de aquella vida, preñada de satisfacciones, la que le recordaba su hijo. Cada día, Bernarda, siempre que tenía oportunidad y sobre todo, el día de Todos los Santos, visitaba la fosa común donde reposaba su único marido, su único hombre, su único amante. Félix, había aceptado todo eso con normalidad, parece que todo estaba incluido en aquel enlace tan atípico.

 

Pasado algún tiempo, Bernarda se quedó embarazada y dio a luz otro hijo. A este le puso por nombre Miguel. Más tarde las relaciones entre los hermanos, se confirmaron también hostiles, como las habidas entre Luis y Félix. Una vez más, Bernarda, se veía anclada en su pasado. Todo lo que le ocurrió después de la muerte de Juan, no le suponía, ni mucho menos, aprovechar la oportunidad para que su corazón, volviera a latir. Su nuevo marido, no era su marido, su nuevo hijo, no era hijo de Juan y por tanto era distinto. Bernarda seguía viviendo de las mieles de su primera y única experiencia vital como mujer, como amante y como madre. Parece como si Bernarda hubiera creado otro personaje. Soportaba la doble familia con su doble personalidad.

 Cuando Miguel tenía diez años, Bernarda trajo al mundo a Carmen. Esta nueva hermana, jamás fue reconocida por su hermano mayor y sus relaciones con Luis no fueron ni sensibles ni cariñosas. El ciclo se repetía y los personajes se perfilaban más radicales. Bernarda seguía visitando el cementerio, bajo la mirada comprensiva de Félix y los ojos atónitos de los amigos de Miguel y de Carmen. Éstos, no podían comprender que la madre de sus amigos, llevara flores al cementerio, al padre de su hermano mayor, viviendo su padre, el cual conocían.

 Así transcurría el esperpento de la familia que Bernarda se había dado y nadie encontraba explicaciones. Ella nunca supo lo que era amar, fuera de la vida con Juan, ella nunca supo lo que era un hijo fruto del amor, fuera de Juan y ella nunca supo lo que era sentirse mujer, fuera de los instintos sensuales de Juan. Nadie sabía, ni ella misma, qué personaje estaba interpretando y mucho menos a qué drama pertenecía

 Cuando el mayor de sus hijos, tenía veintitrés años, el esperpento se tornó en tragedia. Luis tuvo un accidente en el campo, que le costó la vida. Un tensor de sujetar la mies en un remolque, le abrió la cabeza en dos. A partir de ese momento, Bernarda, no podía concebir tanto dolor, tanta tragedia y tanta desolación. Volvían a matar a su Juan. Moría el cordón umbilical que la sostenía viva. Bernarda, sin Juan, sin su amor y sin Luis, fruto de ese amor. Ahora qué podría hacer. A quién acudiría. Su pasado moría con su presente. Presente que nunca vivió. Creyó enloquecer y decidió huir. Pero no fue capaz. Siguió llevando flores a la fosa común donde estaba enterrado su marido Juan y compartía estas visitas con la tumba de su hijo Luis. Entre estos dos cementerios, el civil y el sacramental, Bernarda desgranaba el despojo de su vida. Aunque seguía siendo madre de Miguel y de Carmen y esposa de Félix, cada personaje seguía en su lugar e interpretaba cada uno la función asignada en esa incierta ruleta del esperpento creado por Bernarda.

 Carmen creció llena de caprichos de su madre en continúa desautorización del padre y del hermano. Una sobreprotección de su madre, le evitó encontrar trabajo y siempre estuvieron juntas. Parece como si la madre la hubiera condenado, a vivir con ella su frustración. No le permitió la oportunidad de ser feliz como fue ella. Tanto la madre, como la hija acabaron siendo víctimas de una hipocondría grave. A esto se unió la baja laboral permanente de Félix por una enfermedad sin cura.

Aunque no fueron a la escuela de forma muy continuada, Miguel y Carmen, crecieron con aspiraciones culturales muy superiores a las de su madre. Él leía a los clásicos y Carmen cantaba muy bien la tonadilla. Ambos solían leer obras de Lorca con otros amigos, sentados alrededor de la mesa camilla, al arrullo del brasero. Los personajes lorquianos se mezclaban con el drama de aquella familia. Su casa, podía ser la de Bernarda Alba, el hogar de la fustigación y del desamor y ella seguía sufriendo como Yerma hasta el final. Ante este panorama, Miguel, empujado por unos amigos, abandona el pueblo y se va a la capital, ante la resistencia de Bernarda.

Miguel, deja tras de sí, un hogar con aires de locura e hipocondría, mitad manicomio, mitad hospital. Los lazos psicológicos que mantiene con su familia son aún muy fuertes. Son como una fuerza irresistible hacia un final fatal. Ha sido testigo de demasiadas situaciones, inconfesables ante sus nuevos amigos de la capital. Ahora vienen todos los fines de semana a ver a sus padres y hermana. Allí le cuentan las enfermedades de la semana y las desavenencias entre la madre y la hija. El padre, reacciona como siempre, testigo de todo y protagonista de casi nada.

En amores, nadie fue afortunado en la familia de Bernarda: Luis, tenía una medio novia antes de morir, jamás tuvo el consentimiento ni el apoyo materno. Carmen, todos sus pretendientes fueron rechazados por su madre. Miguel, tuvo una novia en la capital y no supo decidirse y le abandonó, su madre no ocultó su satisfacción. Félix, nunca se supo qué condiciones aceptó en su enlace con Bernarda, pero debieron de ser muchas, pero ninguna favorable a él. Y nadie cree que fuera buscando el amor, porque Bernarda no era el camino para encontrarlo.

Ella, sí conoció el amor y así se lo hizo saber a propios y extraños. El amor de su vida, fue Juan. La muerte de Juan se llevó el amor de Bernarda y con él todo. Arrastró todo y a todos. Castró a todo lo que le rodeaba. Ella visitaba las tumbas de sus amores; haciendo de su casa otro campo santo, donde nadie llevaba flores ningún día del año. Su familia de los cementerios, Juan y Luis, de nada se diferenciaban de las pétreas figuras esculpidas en su casa, para siempre, con sus propias manos.

Bernarda amó como nadie de su época, salvajemente, sensualmente, humanamente, pero sus hijos, no solo fueron testigos y acompañantes de las visitas a los cementerios, donde yacían los amores de su madre, sino que fueron propios sepultureros de los suyos. Carmen y Miguel, con las flores, que muchas veces ellos mismos compraban, asistían a los funerales de sus amores, que su propia madre se había encargado de matar o de que no nacieran.

Bernarda vivió y murió en el amor, al mismo tiempo. Vivió el amor carnal y egoísta que todo lo traspasa, que todo lo puede. Hizo vida de su amor muerto y sembró de cadáveres su propia casa. Cada día, aviva su amor cuando toma sus flores y visita la tumba de aquel miliciano que no quiso ir al cielo, porque el cielo era ella.

La familia de Bernarda, se hizo vieja antes de tiempo. Miguel, a pesar de salir de su casa, no fue capaz de hacer una nueva vida, su madre le arrastraba, sin poder evitarlo, a su mundo de muerte, a su perpetuo desamor. Él sabía que toda la felicidad, en el entorno de Bernarda, le estaba vetada. Las mujeres habían huido de su lado, porque detrás estaba Bernarda y su drama. Carmen, pronto se sintió inútil ante la vida. Se resignó a ser la eterna enfermera de las hipocondrías de su madre. Ajada por las inclemencias del ambiente familiar, acompañaba a su madre muchas tardes, con un ramo de flores a la tumba de su marido. Aquellas fragantes flores, le hacían revivir a Bernarda, el amor de su vida. Mientras, Carmen recogía las flores secas de la visita anterior, que le hacían sentir aquella metáfora que abrasaba su corazón y le transportaba al abismo de la desolación Todo estaba fatalmente predestinado.

El drama de esta familia iba desgranando sus secuencias y eventos más trágicos. Y después de una larga enfermedad, Félix, aquel personaje gris, que nadie sabrá de sus gozos y sufrimientos, murió sin apenas dejar huella. Cuentan los vecinos del pueblo que el día en que enterraron a Félix, su segundo marido, Bernarda, abandonó su hogar. Sus hijos le sorprendieron, con un ramo de flores, al lado de la fosa común del cementerio civil de la capital. Y allí, junto a ella, estaba Juan.

Cuentan los más allegados que se resistió a abandonar aquel pueblo de La Campiña, hasta que no se dejó acompañar del cadáver de su hijo Luis a la capital, donde juntos pasaron los últimos años de su vida. Ahora viven solos los dos hermanos, Miguel y Carmen, rumiando día tras días el testamento que les dejó Bernarda, su buena madrastra.

 Epílogo

 Tras leer este relato y los epitafios que le siguen, me doy cuenta que estoy en presencia de un texto que destila sensibilidad por doquier.

Su estilo es parco. La palabra no es empleada para aturdir, para engañar, para crear sensaciones que se encuentran ausentes en el texto que lo contiene. Importa lo que se dice y se dice desde dentro. La frase es corta contundente. Cómo no habría de serlo cuando ella relata el dolor que corta una vida, una ilusión y que, contundentemente nos enfrenta a la tragedia.

Bernarda, como lo señala, bien pudiera ser el personaje de la Casa de Bernarda Alba. Aunque para mí rebasa ese marco y se sitúa en el campo de la tragedia mediterránea. Un hecho histórico trunca unas vidas. Él sólo es una circunstancia. En Bernarda se funde el concepto de la pérdida del hombre, que a través de la historia ha manejado la mujer mediterránea. Sin querer en ella se reanima el poder destructivo de Medea. Ha perdido al hombre y el mundo debe responder por ello, no importa a quien se tenga que inmolar, para saciar el dolor. Se destruye o se castra, dos vertientes del mismo hecho. Y en él Ethos y Pathos se diluyen en la nada. Luis, Félix, Miguel y Carmen nada habrá de ser para ella, para su dolor. Luis es el recuerdo del ser amado que quedó sembrado en ella. Los demás no serán nada más que el producto de una circunstancia, de la cual ella ha decidido vengarse.

Por lo cual al final del relato, la consecuencia del desamor no puede ser más que el suicidio; que es como interpreto su reencuentro con Juan. Orfeo descendió al reino de los muertos para resucitar a la amada; Bernarda para comulgar con la muerte.

Los campos de Bernarda quedaron sin luz, enmudeció el canto y el día no volvió a nacer.

“La guerra mató los cuerpos y los espíritus”

 Juan Vicente Gómez Gómez

Abogado, periodista y fotógrafo

Caracas (Venezuela)

 




martes, 11 de enero de 2022

LA MENDICIDAD EN MADRID

 



TRES SECUENCIAS Y UNA REFLEXIÓN DE LA MENDICIDAD EN EL SIGO XXI

Por Pedro Taracena Gil

El absurdo que podía ser una parodia

1ª Secuencia

Puertas de una gran superficie, pongamos que hablamos de Al Campo:

Una señora mayor enlutada a veces con una pierna vendada.

¡Échame una mano por favor!

Su presencia en esta entrada es muy frecuente. A veces hay una bolsa a sus pies con algún producto de alimentación. Parece ser que pide dinero, de otro modo solicitaría comida directamente. Sería diferente si se situara en la puerta de una iglesia.

2ª Secuencia

Interior de un banco, pongamos que hablamos de CaixaBank no muy lejos de Al Campo:

En su interior como una clienta más, esta señora espera su turno para ser atendida. Es una incógnita asociar con cierta lógica, que una mendiga de la puerta de grandes almacenes, se vea en la cola para ser atendida en la caja de un banco…

3ª Secuencia

En la esplanada de esta gran superficie previa a la entrada, la mencionada señora se rodea de mujeres, hombres y algún niño. Discuten en voz alta en torno a ella asuntos de índole familiar. Su matriarcado parece que es patente por la improvisada reunión tribal.

Cerca de esta gran superficie comercial, se encuentran unos bloques de viviendas, donde se alojan en su mayor parte familias venidas de chabolas. Cuyo estatus económico no parece que haya mejorado. Al menos contemplando su adicción a la limosna. 

La reflexión

Quizás se trate de una mujer que desde niña le enseñaron a mendigar y de hecho no haya desarrollado otra actividad en su vida.

No seré yo quien haga una valoración fácil e irresponsable de estas secuencias. Pero lo que sí me atrevo a denunciar es que es el Estado el responsable de que sus ciudadanos, todos, seamos felices y no por la mendicidad…



GUERNICA
Pablo Picasso

¿Demagogia o cumplimiento de la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS de 1948?

https://www.un.org/es/documents/udhr/UDHR_booklet_SP_web.pdf

  

viernes, 7 de enero de 2022

TRES GRANDES EMBUSTEROS PARA LA HISTORIA DE ESPAÑA

 


EL PODER DE LOS SIN PODER

Václav Havel

Luego, «la profunda crisis de identidad provocada por la “vida en la mentira”, y que a su vez hace posible esta vida, tiene indudablemente una dimensión moral propia: se manifiesta, entre otras cosas, como una profunda crisis moral de la sociedad. El hombre que ha elegido la escala consumista de valores, “disperso” en el marasmo de la masa y sin hacer pie en el orden del ser, aun sabiendo que su responsabilidad no se limita solo a su supervivencia, es un hombre desmoralizado; en esta desmoralización se basa el sistema, profundiza en ella y es su proyección social». Por todo esto, «si el fundamento del sistema es “la vida en la mentira”, no es de extrañar que la “vida en la verdad” sea su principal peligro».


LOS TRES GRANDES EMBUSTEROS Y SUS CÓMPLICES

ENSAYO

 Por Pedro Taracena Gil

Periodista

 LOS EMBUSTEROS

 Estos auténticos farsantes consiguieron confundir y corromper los conceptos:

LEGITIMIDAD, LEGALIDAD y JUSTICIA. Utilizándolos a su antojo y

conveniencia.

Juan Carlos de Borbón Rey con fórceps

Adolfo Suárez “Elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es

plenamente normal”

José María Aznar Internalizó la mentira española con “La fatídica cumbre de

las Azores que precipitó la invasión de Irak”

LOS CÓMPLICES

 Felipe González OTAN de entrada ¡No! de PSOE a P_ _ E

José Luis Rodríguez Zapatero El Traidor que modificó el Art. 135 de la

Constitución

Pedro Sánchez Gobierno de Coalición Progresista durmiendo con sobresalto

 LOS AVALISTAS

 Periodo 1936-1975:

El Capital March y otros

 https://www.publico.es/politica/financiadores-del-golpe-da-inicio.html

El Ejército

La Iglesia

Los Caiques

Los monárquicos: Don Juan de Borbón y los nobles franco-españoles

Falange Española, versión hispana del fascismo

El Nazismo de Alemania

El Fascismo de Italia

 EL MILAGRO DE LA PROPAGANDA

El NODO: 1936-1975

EL NUEVO NODO del neo franquismo: 1975-2022. Financiado por los

AVALISTAS

 DESARROLLO DE LA VERDAD ESPAÑOLA

 Juan Carlos de Borbón doblemente ilegítimo. Fue nombrado heredero del franquismo a título de Rey, cuando el legítimo heredero de la Corona de España era su padre Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII.

El General Francisco Franco justificó su legitimidad por haber obtenido la victoria sobre la Republica, como botín de guerra. Esta victoria le llevó a la exaltación de ser Jefe del Estado, Generalísimo de los Ejércitos y Caudillo de España que lo fue por la Gracia de Dios. Una vez el caudillo invicto llegó al poder, determinó que España seguía siendo un Reino. Y Franco sería una especie de regente vitalicio. Y como consecuencia creó el Consejo del Reino. El nuevo caudillo consumó el esperpento desoyendo a Don Juan de Borbón, como heredero legítimo de la Corona de España; decidiendo que fuera su hijo Juan Carlos de Borbón quien no instaurara, sino restaurara la monarquía en España. Franco, el ilegítimo jefe del estado, estableció como futuro Rey de España, al ilegítimo heredero del trono español. Consumación de la doble ilegitimidad.

En 1975 las Cortes Españolas consuman la ilegitimidad coronando al Príncipe de España, Rey de España con todos los títulos y atributos de la Corona de España. Más tarde Don Juan se hizo cómplice de tal disparate, cediendo a su hijo, ya Rey de España los derechos dinásticos que de hecho ya poseía.

Nombrado el segundo gobierno de la monarquía, Juan Carlos I y Adolfo Suárez urdieron un referéndum que burlara la consulta inequívoca y directa al pueblo español: ¿Monarquía o República? Ambos, Juan Carlos y Suárez utilizaron la argucia de formular una pregunta, que contestara a dos cuestiones exclusivas y excluyentes a la vez. Un referéndum para la reforma política que permitiera elegir un órgano legislativo. La astucia de estos dos “amigos” y siempre bajo la amenaza de un pronunciamiento militar, incluyeron la forma de Estado. Es decir, el pueblo votó una reforma política que incluía una democracia coronada. Los ciudadanos que ya peinamos canas o bien no peinamos nada, miramos hacia otro lado como lo hicieron los Padres de la Constitución, que en absoluto representaron a todo el pueblo. La falacia siguió hasta nuestros días cuando se mantiene la farsa, de que al Rey de España le votó el pueblo. Esto es ¡mentira! Tan pronto se constituyeron las nuevas Cortes Generales, fue muy sospechoso que se hubiera establecido en la Reforma Política un Senado, donde al Rey se reservaba un tercio de designación directa de los senadores. Pero los que fuimos testigos en aquellos días, vivimos las grandes interrogantes del momento: ¿Democracia o Dictadura? ¿Ruptura o Transición? ¿República o Monarquía? Por mucha presión que hubiera en el exterior, sobre todo de Europa, pesaba mucho más mirar hacia los años 30, donde se gestó el golpe de estado contra la República y la recuperación del Trono de España, por la Casa de Borbón. Para Suárez y Juan Carlos, no había otra opción que seguir cediendo ente los AVALISTAS. No se había derrocado a una República, no se había ganado una guerra civil de tres años, y no se había mantenido una dictadura durante cuatro décadas, como para ahora permitir o tolerar una democracia no coronada y mucho menos la República. “Para este viaje no hacían falta tantas alforjas”.

Mantener que España es una monarquía parlamentaria es una verdad a medias, y de todas formas ilegítima. Es una monarquía impuesta por un genocida. Éste es el esperpento español perfecto: Ilegítimo, pero legal. Legal pero injusto.

El Partido Comunista de España, verdadero opositor al Franquismo se conformó con las migajas de renunciar a la bandera republicana y asumir la ley de Amnistía de 1977. El Partido Socialista Obrero Español, que jamás hizo oposición a la dictadura, le entraron las prisas por conseguir cotas de poder, asumiendo la falsa democracia como un mal menor, quizás mejorable en un futuro. Es verdad que todos han sido cómplices de las ilegitimidades básicas encubiertas por el marchamo de la legalidad.

En la actualidad, primeros días del año 2022, El espectro político y social nada tiene que ver con la Constitución de 1978. Los medios de comunicación, auténtica pléyade de impostores del periodismo tradicional, se ven amenazados por Las Redes Sociales. Internet es quien hace por primera vez la crítica a estos impostores, y su corporativismo se siente amenazado. Las Redes sociales y las páginas Web son   independientes del poder económico y político. La Transición ya no es modélica y mucho menos exportable. El Rey ya ha dejado de ser el campechano que garantizó la democracia en nuestro país y que era el portavoz en el mundo de la Marca España. La juventud está en los canales YouTube, en Instagram, en Facebook, en Twitter, en los Botellones, en el Paro, en el Exilio, en el Ocio y Vicio Nocturnos, en los Trabajos Basura y Falsos Autónomos: Amazon, Glovo, la Nueva Mensajería y un largo etcétera. Por supuesto en el Futbol y en las Salas de Juego presenciales y virtuales. España es una tragedia nacional, líder del mundo civilizado.