miércoles, 4 de junio de 2014

LA REPÙBLICA




Por Isidoro Gracia

La Republica no es cuestión de fe sino de razón, aún más importante es la Democracia. En consecuencia el único camino aceptable es el respeto a la norma legal.

Durante el trámite de la actual Constitución de 1978 los partidarios de una República, subieron a la tribuna, defendieron sus votos particulares frente a la fórmula Monarquía parlamentaria, perdieron la votación, aceptaron democráticamente el resultado y se convirtieron, muy mayoritariamente, en defensores del conjunto de la Constitución. Entre los que hicieron ese camino el conjunto de los socialistas y comunistas que antecedieron a los actuales.
Yo como soy partidario de elegir y en consecuencia poder cambiar al Jefe del Estado, por voluntad popular democráticamente expresada, quiero recordar cual es un camino, que haría eso posible y además de respetar los procedimientos democráticos, es de los pocos, política y éticamente aceptables.
De acuerdo con las actuales Leyes lo que va a ocurrir, salvo revolución impensable e indeseada, es: En menos de un mes se aceptará la abdicación de Juan Carlos, se recibirá el juramento de la Constitución  por Felipe VI y se le proclamara Rey de España en Cortes Generales.
Como además del tema de la posible elección entre Monarquía y Republica, existen muchos y más importantes temas para los ciudadanos españoles de este siglo, que demandan una revisión del marco constitucional, como el ejercicio y disfrute real de derechos básicos tales como educación,  salud y  protección social, o el encaje territorial, que garantice un mejor e igual servicio al conjunto de ciudadanos, y la exigencia de solidaridad entre los 47 millones de españoles, cuando toque, los partidos deberán presentarse a unas elecciones declarando claramente sus intenciones.
Igual que hicieron nuestros predecesores, deberán aceptar los resultados. Resultados que para cambiar temas importantes de la Constitución exigen: primero, conseguir el acuerdo de, al memos,  210 diputados y 160 senadores, y segundo, la mayoría de los  votos ciudadanos al conjunto del texto (no solo a alguna de sus partes). También, si son demócratas convencidos, aquí deberán aceptar los resultados, pero además tendrán que convertirse en defensores de lo que salga del proceso.

El problema hoy es que el piloto obligado tendría que ser el Presidente de un gobierno con mayoría absoluta, y el que tenemos es incapaz de asumir sus responsabilidades y está dejando pudrir los muy evidentes problemas lo que llevará inevitablemente a que sean los extremismos los que hagan de motores del proceso, por lo que el riesgo de terminar mal, rematadamente mal, aumenta de semana en semana y de día en día.

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