Tres razones para negar el voto a Iceta
«Miquel Iceta tiene el derecho de soñar a entrar Castellana arriba como los políticos del dominio indio remontaban el Támesis. Pero no tiene el derecho de exigir los votos de quienes ven este viaje como el retorno a un pasado que ya no existe »
1. La política a la que
aspiramos no puede ser, ni debe ser, un mercado persa. Y ya me perdonarán
los persas por esta expresión tradicional. Queremos una política mejor,
más avanzada y progresista, más elegante y concienciada, que la que nos
proponen con este movimiento, que es el simple cambio de cromos de toda la
vida. El PSOE pide no hablar de política sino tan sólo de
intereses. Y eso, además de ser peligroso, es altamente reprobable, pero
sobre todo en un país como éste, que ha tenido que soportar un proceso tan
intenso de politización estos últimos años. El presidente del Senado, la
cuarta autoridad del estado español, debe ser nombrado no por lo que representa
o es capaz de hacer y aportar, no por el programa que podría
presentar, sino en cambio de unos cuantos juguetes parlamentarios.
2. El puente aéreo ya no
funciona. Metafóricamente hablando. Lo que se dijo el puente aéreo de
la política catalana se ha acabado. Incluso se ha acabado el puente aéreo
económico, tal como ha puesto de manifiesto la votación en la Cámara de
Comercio. Esto que ha pasado en el octubre republicano tiene un
precio. En positivo y en negativo, pero a veces coincidente, como en esta
ocasión. Positivo por la afirmación de la nación que sube desde abajo,
volcánica, y negativo para el abismo, el océano, que las porras de la Guardia
Civil y los insultos del juicio han abierto entre la población y el estado
español. El resultado es bien visible: la política catalana no había sido
tan española. Tan poco española, tan poco integrada en España. Y por
qué razón, entonces, deberíamos volver a toda prisa a la política del salacot y
el retorno a la metrópoli, concebido como un ascenso de estatus social. Miquel
Iceta tiene el derecho de soñar a entrar Castellana arriba como los políticos
del dominio indio remontaban el Támesis. Pero no tiene el derecho de
exigir los votos de quienes ven este viaje como el retorno a un pasado que ya
no existe.
3. Si se me permite centrarme
en un argumento, me gustaría decir, sobre todo, que la cortesía no debería ser
indiferente. Por decencia. Ya lo sé, que Paul Valery, identificando
precisamente cortesía con indiferencia, escribió que 'la cortesía es la
indiferencia organizada' -si no estoy equivocado. Pero nosotros, nuestra
sociedad, no debería dejar que esto fuera así si queremos construir un espacio
de convivencia mejor, para todos, también para el señor Iceta. Nadie nos
puede pedir, nadie debería pedir, que fuéramos indiferentes, de manera abúlica,
a una demanda como ésta y que concedía un deseo como este sin evaluar las
razones, la conveniencia y la rectitud de todo. En otro caso, la decisión
sería un simple menosprecio hacia el otro que, sinceramente, no creo que
merezca ni siquiera un personaje tan oscuro como Iceta.
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