Foto: Pedro Taracena
Por José Luis Gómez
A
primera vista “El rey se muere”, de Eugéne Ionesco, se muestra como el más grande y
contundente poema dramático escrito sobre el propio morir. La escritura de
Ionesco bebe en el surrealismo y sus fuentes oníricas, tornándose más poemática que dramática, abriendo
cauces inesperados a la percepción de lo real, a la libre capacidad
asociativa del espectador.
Desde las primeras lecturas sentí que la increíble densidad de
las situaciones que vive el “rey muriente” tenía más acentos de sueño que de vigilia.
Y traté de “soñar” la partitura más cerca del hombre contemporáneo que de la
fantasía gótica que, de salida, propone Ionesco.
Nuestro Berenguer, herido de muerte su corazón, vive su morir
soñándose monarca de un reino de pacotilla, roído por la desidia
y el desastre ecológico y humano, entre melodías triviales,
voces de grandes almacenes y recuerdos de consumo ilimitado. Berenguer es,
hasta casi el final, presa del ego más terrible, y sólo la ayuda de
Margarita le facilitará la aceptación y el desapego.
Tal vez podría encontrarse una
posibilidad de paz, entendiendo que atacar o destruir al otro, a los otros, no
es sino una expresión de nuestro miedo a la desaparición, a ser
destruidos. Quizás la reflexión sobre nuestra propia muerte
aliviara la tendencia destructora hacia nuestro alrededor. El extraordinario
valor del texto de Ionesco como reflexión sobre el morir, alcanza a la
generalidad, a la humanidad del siglo XXI, cosida de miedos y apegos.
Y
lo que el público quizás pueda ver con su mirada interior, en este espectáculo del Teatro
de La Abadía, sea la lucha del ego de Berenguer, cualquiera de nosotros, que se
defiende y cornea cual rinoceronte alado, tratando de esquivar el acoso
implacable de la Reina Margarita; un San Jorge femenino, vestido por Balenciaga
que, con secreto amor, no le dará cuartel hasta el final. Un cuento
necesario.
UNA ABSTRACCIÓN SUBJETIVA
Foto: Pedro Taracena
Por Pedro Taracena
Hace tiempo en dos ocasiones tuve la
oportunidad de ver “El rey se muere”, de Eugéne Ionesco. La primera vez en el
contexto político de la
dictadura y la segunda en tiempos de la democracia coronada. Pero repasando los
programas que conservo como espectador de las obras de teatro a las cuales he
asistido, tropecé con esta sinopsis que el gran director José Luis Gómez hizo sobre esta obra. Me pareció una abstracción, al menos yo así lo percibo. Donde
el tema de la muerte del rey no es el argumento central, sino la decadencia de
una institución, entronizada
por intereses en los destinos de un pueblo. Pero que al llegar la consumación de los siglos, el propio sistema rechaza por
obsoleta y decadente. Cada cual puede hacer su propia conjetura y vivir a su
manera esta peripecia dentro de la misma farsa. Aquí lo que menos
importa es que el rey se muera o no, es la monarquía lo que debe de ser capaz de mutar o desaparecer.
Supongamos que sea verdad que la España democrática fue salvada de las garras del franquismo golpista por la ínclita personalidad del Rey. Aceptemos en aras del
consenso que la monarquía ha cumplido su
función constitucional de árbitro y representatividad del Estado de Derecho. Aceptemos, también,
que la Nación que se pretendía crear después de un golpe de estado, una guerra
civil y una dictadura, la institución monárquica hubiera
supuesto un anacronismo transitorio. Provisionalidad aceptada como un mal menor y en absoluto
estrictamente necesario y mucho menos imprescindible. La coyuntura que además fue consumada con un consenso democrático, perdura más de siete lustros. Sin embargo, hoy la institución monárquica no responde
al espíritu de la Constitución. Por desidia de los gobernantes, por intereses de algunos partidos o
por desubicación de los tiempos
que corren, el pueblo se ha distanciado de la Corona. El Rey y su familia han
tenido demasiados aduladores, malos consejeros y compañías nada recomendables. La Casa del Rey se
ha dejado blindar por la opacidad y ausencia de crítica por parte de los políticos y los medios de comunicación; abusando de la llamada inviolabilidad
constitucional. Los miembros de la Familia Real, como institución, no han estado a la altura de las circunstancias
actuales. Han estado fuera de lugar en el siglo XXI. Una institución milenaria entroncada en una Europa democrática, no encaja en el concierto de las naciones
modernas. Mientras en la República la Jefatura del Estado está encarnada en una persona, en una monarquía la misma institución, la máxima magistratura
del país, lo integra una familia entera y numerosa en la
mayoría de los casos. Donde la conducta de todos y cada uno
de sus miembros, aunque en diferente
grado, afecta a la más Alta Institución. No se trata de, “a Rey muerto Rey puesto”, ni
tampoco “el Rey ha muerto viva el Rey” y mucho menos “Dios salve al Rey”. Se
trata de que la institución persista sin
traumas, y lo más importante que
sea elegida por el pueblo.
Foto: Pedro Taracena
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