Por Pedro Taracena
La marca España está bajo mínimos. Hasta
ahora hemos vivido un espejismo que arranca en la mentira que comienza con el “consenso”
de la Transición. El error de
origen es haber basado el prestigio de España en bases en sí mismas falsas y
volátiles: El prestigio del Rey, los logros deportivos, la
transición modélica exportable hacia países que han sufrido una dictadura como la franquista,
el desarrollo económico inflando la
burbuja inmobiliaria y poco más. Nos han hecho
creer que la imagen en el exterior de la democracia española surgida de la transición, era mérito atribuible a los conversos del viejo
régimen, en base a la figura del Rey de España. ¡Craso error!
El régimen anterior fue una dictadura
podrida hasta lo más hondo de sus
cloacas. El camino elegido para llegar a la senda democrática, aunque nos lo vendieron como el mejor y el más adecuado para la España de entonces, fue falso. Solamente salieron ganando los franquistas,
los demócratas cedieron terreno y aún no lo han recuperado. Dos países europeos eligieron la ruptura con anterioridad a
los españoles: La Revolución de los Claveles en Portugal y después de la caída de la Dictadura de los Coroneles, en Grecia se
planteo un referéndum para elegir monarquía o república. El
problema constitucional se resolvió al margen de los regímenes anteriores.
Sin embargo, en España los escombros
del franquismo, lejos de ser desechados y proscritos por perversos y déspotas, fueron
los que marcaron el camino para olvidar el genocidio que comenzó en 1936 y terminó en el año 1978, quedando
impune la dictadura, sus hacedores y sus crímenes.
El pueblo español una vez desaparecido su Caudillo, fue protagonista
de una gran paradoja, que lejos de sentir vergüenza se ostenta con orgullo y
además se pretende exportar. Por un lado fuimos capaces de
escribir una Constitución que se puso a
la cabeza del progreso y del entorno europeo, sin embrago, también fuimos
capaces de llagar a un “consenso” no escrito para relegar al ostracismo y silenciar
los execrables crímenes de la
dictadura. “De aquellos polvos se hicieron estos lodos”. ¿Cómo es posible que una democracia moderna se construya
con los restos “todos” podridos de una dictadura? ¿Alguien pensó que nos homologaríamos con monarquías avanzadas instaurando
La Casa de Borbón? Los problemas
institucionales que padece España son: La Monarquía, la Iglesia y el más grave, no condenar la Dictadura. El Rey y sus influencias internas y
externas, configuran una corte de aduladores y compañías “non gratas” (non gratae) para España. La Iglesia fue arte y parte en el anterior estado
confesional y los franquistas “campan a sus anchas” fosilizando la Constitución Española. ¿Dónde ha quedado el
prestigio de la marca España, si en algún momento le tuvo?
La situación institucional es insostenible. Dice nuestra Constitución, “La justicia enana del pueblo y se administra en nombre del Rey por los jueces y magistrados”,
y yo me arrogo el derecho de opinar y de valorar lo que simplemente observo. Esta
situación tiene difícil solución con la actual clase política. Porque a los gobernantes y la oposición del “consenso” se les ha terminado el discurso.
Algunos jueces, más de los deseados
y los indultos del Gobierno, no hacen honor al artículo 117 de la Constitución. Sin olvidar al Ministerio Fiscal porque depende el
Ministro del Interior de turno y a veces confunde el rol de fiscal con el de
letrado defensor.
Nuestra Constitución al margen de la Jefatura del Estado, contiene los
valores democráticos y
republicanos, que ya asombraron al mundo con la Constitución de la II República. No obstante, con la rémora de la “modélica” Transición y sus consecuencias, la salida es difícil con todas las instituciones del Estado bajo mínimos y el prestigio en el exterior diluido en la
bruma de la mentira. La familia Borbón, una vez más es protagonista
de la Historia de España con problemas que otros países ya resolvieron hace siglos.
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